Sobre pecados nocturnos
El mío comenzó una noche de viernes, donde un cuarto de hotel fue el mejor escenario. Tu, yo y la cama mudo testigo y cómplice de lo vivido. Y ahí nos encontrábamos hambrientos de pasión deseando ser consumado. Tu cuerpo posado frente al mío, fue robando espacio hasta quedar aproximados.
Mirándonos a los ojos, como queriendo robarnos el alma, tus manos impacientes tomaron por asalto mis caderas, sorprendida a tan inesperado movimiento, aprobé con un beso tu fascinante arrebato, percatándome de la humedad que corría por mi entrepierna.
Unidos por un beso apasionado, mis manos recorrieron la amplitud de tu espalda y la redondez de tus nalgas; tu miembro ya había despertado, tan deliciosamente firme, vivo y dominante que no dudé en dirigir mi mano y acariciarlo. Sentí como se estremeció todo tu cuerpo, mientras que gozabas de mis encantos.
Delicadamente nos fuimos desvistiendo sin importar donde cayeran nuestra ropas, quedando en total y bella desnudez. Como lumbre, tu penetrante mirada fue recorriendo cada centímetro de mi piel, dibujándose en tu rostro una pícara y singular sonrisa. Lentamente descendiste por mi hundido y bien formado ombligo sin mostrar mayor importancia; y con la misma expresión con que un niño mira un espectacular aparador, deseoso recorriste por algunos minutos la redondez de mi vagina, ruborizándome al punto de sentir que una delicada línea de mi humedad se trazaba por mis piernas. Mis ojos no pudieron evitar mirar tu miembro vigilante, firme y vigoroso, como esperando alerta el comienzo de una batalla campal, y vaya que así sería.
Como imanes nos unimos en un largo, profundo y apasionado beso. Abrazados caímos sobre la cama; tu cuerpo encima de mío fue buscando delicadamente la mejor posición para hacerme el menor daño. Apartaste tiernamente tus labios de los míos, quedando nuestros rostros a corta distancia y con tu mano apartaste mis cabellos acomodándolos detrás de mis oídos, detalle que aprobé con una sonrisa. Besaste entonces mi oreja derecha, continuaste por el cuello y fuiste bajando lenta y fogosamente hasta toparte con mis pechos.
Juguetonamente comenzaste a dibujar con tus dedos círculos alrededor de mis pezones, estremeciendo extrañamente todo mi cuerpo; y como niño hambriento, proseguiste a besarlos y mamarlos, causando con ello un placentero dolor. Embelesada por tanta excitación, sentí de pronto que bebías de mi humedad acariciando con tu lengua la fuente de aquel manantial, gozando a plenitud el compás de tan ágiles movimientos. Extasiada y enloquecida sellamos con un apasionado beso aquel glorioso momento.
Placenteramente fatigado después del triunfo de aquella batalla, como experta amazona, te monté de un giro, quedando mi húmedo pubis a merced de tu viril miembro; y con lentos movimientos de caderas, encontré la mejor posición para que me penetraras. Como perfectos engranes, te metiste en mí y yo en ti; haciendo de cada movimiento un perfecto y sincronizado baile. Fui tuya y fuiste mío, una y otra vez sin percatarnos del paso del tiempo, hasta que nuestros cuerpos saciados de pasión, se rindieron a tan fascinante cansancio.
Y ahí me encontraba echada sobre la cama, desnuda, dolorida y penetrada; en un cuarto de hotel a media luz, entre sábanas húmedas y junto a un cuerpo desconocido, sin nombre ni apellido; fumándome un cigarrillo esperé a que desaparecieran las sombras y llegara el amanecer para entonces, despertar a la realidad…
FUENTE: Mustia hasta los huesos
Mirándonos a los ojos, como queriendo robarnos el alma, tus manos impacientes tomaron por asalto mis caderas, sorprendida a tan inesperado movimiento, aprobé con un beso tu fascinante arrebato, percatándome de la humedad que corría por mi entrepierna.
Unidos por un beso apasionado, mis manos recorrieron la amplitud de tu espalda y la redondez de tus nalgas; tu miembro ya había despertado, tan deliciosamente firme, vivo y dominante que no dudé en dirigir mi mano y acariciarlo. Sentí como se estremeció todo tu cuerpo, mientras que gozabas de mis encantos.
Delicadamente nos fuimos desvistiendo sin importar donde cayeran nuestra ropas, quedando en total y bella desnudez. Como lumbre, tu penetrante mirada fue recorriendo cada centímetro de mi piel, dibujándose en tu rostro una pícara y singular sonrisa. Lentamente descendiste por mi hundido y bien formado ombligo sin mostrar mayor importancia; y con la misma expresión con que un niño mira un espectacular aparador, deseoso recorriste por algunos minutos la redondez de mi vagina, ruborizándome al punto de sentir que una delicada línea de mi humedad se trazaba por mis piernas. Mis ojos no pudieron evitar mirar tu miembro vigilante, firme y vigoroso, como esperando alerta el comienzo de una batalla campal, y vaya que así sería.
Como imanes nos unimos en un largo, profundo y apasionado beso. Abrazados caímos sobre la cama; tu cuerpo encima de mío fue buscando delicadamente la mejor posición para hacerme el menor daño. Apartaste tiernamente tus labios de los míos, quedando nuestros rostros a corta distancia y con tu mano apartaste mis cabellos acomodándolos detrás de mis oídos, detalle que aprobé con una sonrisa. Besaste entonces mi oreja derecha, continuaste por el cuello y fuiste bajando lenta y fogosamente hasta toparte con mis pechos.
Juguetonamente comenzaste a dibujar con tus dedos círculos alrededor de mis pezones, estremeciendo extrañamente todo mi cuerpo; y como niño hambriento, proseguiste a besarlos y mamarlos, causando con ello un placentero dolor. Embelesada por tanta excitación, sentí de pronto que bebías de mi humedad acariciando con tu lengua la fuente de aquel manantial, gozando a plenitud el compás de tan ágiles movimientos. Extasiada y enloquecida sellamos con un apasionado beso aquel glorioso momento.
Placenteramente fatigado después del triunfo de aquella batalla, como experta amazona, te monté de un giro, quedando mi húmedo pubis a merced de tu viril miembro; y con lentos movimientos de caderas, encontré la mejor posición para que me penetraras. Como perfectos engranes, te metiste en mí y yo en ti; haciendo de cada movimiento un perfecto y sincronizado baile. Fui tuya y fuiste mío, una y otra vez sin percatarnos del paso del tiempo, hasta que nuestros cuerpos saciados de pasión, se rindieron a tan fascinante cansancio.
Y ahí me encontraba echada sobre la cama, desnuda, dolorida y penetrada; en un cuarto de hotel a media luz, entre sábanas húmedas y junto a un cuerpo desconocido, sin nombre ni apellido; fumándome un cigarrillo esperé a que desaparecieran las sombras y llegara el amanecer para entonces, despertar a la realidad…
FUENTE: Mustia hasta los huesos